Disculpe, ¿conoce a Elías Chucir, el escritor?

31 enero, 2013 por wenceslaob

http://blucansendel.com.ar/libros/disculpe-conoce-a-elias-chucair-el-escritor/

Durante un viaje por la provincia de Río Negro hicimos una parada de un par de horas en Ingeniero Jacobacci. Recordé que allí vivía un escritor del cual había leído un libro. Eran relatos sobre ladrones y asesinos de la Patagonia, los más salvajes y sanguinarios que se conocieron. El autor presentaba, a través de varios relatos, una galería de personajes espeluznantes. Una docena de asesinos que durante las tres primeras décadas del siglo XX cometieron crímenes atroces en la región que hoy ocupan las provincias de Río Negro y Chubut. Me pareció una buena idea intentar encontrarlo y aprovechar el tiempo que tenía conversando con él. Supuse que en esa ciudad de 8000 habitantes no me sería difícil dar con un escritor que tenía unos veinte libros publicados. Y así fue. Enseguida me indicaron cómo llegar hasta su ferretería. No era muy lejos y, de paso por la Estación, aprovechamos para tomarnos unas fotos con La Trochita. La locomotora resplandecía su negrura con la luz transparente de aquella mañana fresca y todo ese enorme cielo celeste.
Llegamos a la ferretería. El lugar era bastante amplio. Creo que nos atendió una de sus hijas, que estaba del otro lado del mostrador. Queríamos conversar un rato con su padre. Estábamos de paso, le dijimos. Conocíamos sus libros. Voy a ver, dijo y un segundo después la vimos salir a la calle y doblar hacia la izquierda. Esperamos. En la ferretería, además de venderse cosas de ferretería, vendían también muebles. Y había algunas guitarras colgadas en las paredes. Hablábamos de no olvidarnos de cargar agua caliente en el termo cuando la mujer regresó. Tomado de su brazo y ayudándose con un bastón venía Elías Chucair, un anciano de unos ochenta años. Nos obsequió una sonrisa con el saludo y nos hizo pasar a una pequeña oficina administrativa. Él se sentó en una silla con rueditas y respaldo. Nosotros permanecimos de pie. Se lo notaba cansado. Daba la sensación que hacía un gran esfuerzo para estar allí esos minutos. No obstante, era muy agradable hablar con él y a él también le gustaba estar ahí charlando. No hablamos mucho tiempo. Y, en todo caso, él nos hizo más preguntas a nosotros: que de dónde éramos, qué hacíamos (Periodistas, de Buenos Aires, le dijimos), adónde íbamos, qué habíamos visto, dónde íbamos publicar los artículos. Le dije que había leído “Rastreando Bandoleros” y que me gustaba mucho su trabajo. Sus relatos dejaron una profunda impresión en mí. Me brindaron un nuevo punto de vista para comprender mejor la compleja historia de la Patagonia. En un momento, le preguntamos si tenía algunos ejemplares para vender. Dijo que sí y mandó a la hija a buscarlos.
Elías Chucair es uno de esos escritores que también son historiadores. Y cuando se le da por sumergirse en el pasado es de ese tipo de historiador que basa sus fuentes en testimonios orales, diarios y publicaciones antiguas, archivos municipales de todo tipo, colecciones privadas de fotos y correspondencia y otros documentos; y también busca indicios que lo lleven hasta un personaje en torno al cual se pueda contar una historia, contar su tiempo. Para escribir “Rastreando Bandoleros”, buscó esta información en actas y registros de la policía de los territorios patagónicos de comienzos del siglo veinte. Se transformó en una especie de arqueólogo de la historia que desenterró personajes a través de cuyas vidas se pueden entrever fragmentos de la historia cotidiana de la Patagonia de hace cien años. Tiempos duros en los solitarios parajes y puestos de estancias perdidos en la estepa inhóspita e infinita. Vida dura y sacrificada la de pioneros y comerciantes ambulantes. Vida dura, también, para los que debían hacer cumplir la ley de un Estado ausente.
Entre los criminales que desempolva Elías Chucair, alguno con más fama que otros, destaca sin dudas el chileno Foster Rojas. No solo robaba y masacraba a balazos tanto niños como adultos sin el menor remordimiento, sino que disfrutaba con ello. Fue el más sanguinario de todos los asesinos que asolaron los parajes patagónicos. Luego estaba Víctor Elmez, uno de los tantos encubridores del famoso Bairoletto que, al ser descubierto, decidió meterse de lleno en el asunto. Delinquió primero como parte de la banda que lideraba el mismo Bairoletto y, luego,  lo hizo solo o en compañía de otros asesinos. Elmez se caracterizó por su audacia y sangre fría y por haber protagonizado una espectacular fuga durante uno de sus traslados como prisionero. La saga de las persecuciones, fugas y capturas de Elmez –como la de casi todos los demás criminales- son verdaderas películas de acción y aventura que el cine se está perdiendo. Como si fuera poco, durante uno de sus pasos por la prisión, escribió un largo poema que dedica a la localidad de General Roca y donde cuenta sus andanzas. Otro asesino fue Ángel Abad Angulo. Delinquió por los alrededores de Ingeniero Jacobacci, Los Menucos, Maquinchao; fue conocido por su prontuario de fugas de varias comisarías e incluso de un tren en marcha donde viajaba detenido y esposado. Podría mencionar más criminales, pero me doy cuenta que en estas pocas líneas que llevo escritas nombré dos trenes. Trenes que son la historia de la Patagonia. Y estos dos trenes, hace unos pocos días, fueron noticia en los medios informativos. Parece que ya no cuentan. Que nadie sabe qué hacer con ellos. ¿Trenes? Pero también parece que alguien quisiera… (llega la hija del escritor con una pila de libros en los brazos).

Encontré éstos, dice y los deja sobre la mesa. Nuestro anfitrión cree que en algún lado debe haber más libros. La hija nos mira. Comprendemos. No se preocupe, decimos, y  nos acercamos a revolver. Con esto ya está bien. Nos quedamos con varios libros. Yo compro un ejemplar de “La inglesa bandolera y otros relatos patagónicos” que Elías Chucair autografía con una amistosa dedicatoria. Es otro libro con otras historias increíbles de la Patagonia. Era de esperar que entre tantos tipos rudos apareciera también una mujer de temer. Y vaya si era de temer. Tienen que ver como trataba a la policía. Por supuesto, le voy a dedicar un post más adelante. Ahora nos estamos despidiendo. Alguien fue a buscar la camioneta. Nuestro anfitrión se levanta de la silla y nos saluda. Nos acompaña unos pasos. Nos agradece la visita y nosotros que nos haya recibido. En la calle suena un bocinazo. Subimos a la camioneta y nos vamos. Enseguida estamos otra vez en la ruta. El sol está un poco más alto. El cielo es profundo y de un solo color. El mate está rico. Seguimos viaje.



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