Historias de vida

Diario "Río Negro ON LINE", publica el 28 de mayo de 2005, en el suplemento Rural, un artículo en Historias de vida titulado: Elías Chucair, pionero, comerciante y ganadero, el que transcribo a continuación con su correspondiente enlace.


Don Elías representa un fragmento de la historia de Jacobacci,
un lugar que puede encontrarse en los mapas
o en los libros que él mismo escribió sobre la localidad.

El sol se pone en Jacobacci. El otoño se anuncia con unas ráfagas heladas del oeste. Alguien nos indica dónde vive Elías Chucair. La calle está oscura. Y en la cuadra hay sólo una luz encendida. Desde afuera algo se ve. Un hombre espera junto a sus libros. Aquella biblioteca que lo rodea quiebra el paisaje, un oasis sorpresivo después de atravesar kilómetros de meseta patagónica. Aquí es. No hay dudas. Un hombre sonriente y con profundos ojos negros abre la puerta. Para quienes no lo saben, Jacobacci puede encontrarse en un mapa. O en los libros de Elías Chucair. Poeta, escritor sensible. Pero también pionero, comerciante y ganadero. Un fragmento de la historia del lugar.

Su historia en este sur se remonta a 1911, cuando su padre, Antonio Chucair, llegó a la Línea Sur procedente del Líbano, aquí ya vivía su hermano Sarquís y un primo. Antonio desembarcó en Buenos Aires, donde trabajó tres meses para conseguir el dinero que lo trajera hasta la Patagonia. Allí, en el puerto, se empleó descargando carbón de las bodegas de los barcos y cuando tuvo suficiente para el pasaje, partió.
Los comienzos fueron durísimos. Algunas imágenes fuertes llegan al recuerdo de su hijo Elías. “Este era un mundo de tremendas privaciones -afirma-. Para que se tenga dimensión de lo que pasaron, siempre cuento esta anécdota ocurrida en 1914. Había venido un árabe del Líbano, estaba con Elías Chaina, quien preparaba el almuerzo, supongo que sería charqui, cuando llegó un vendedor ambulante de Roca. Lo invitaron a comer. El vendedor fue a la mochila del caballo y sacó una botella de vino y una cebolla. Chaina y el otro no podían creer lo que veían y se disputaron aquel manjar ¡Sí!¡Se pelearon por la cebolla!”
Cuando Antonio se reunió con su hermano, abrieron un comercio en Casa de Piedras, paraje cercano a la laguna Carrilauquen y paso obligado de las tropas de carros que venían de Roca y Neuquén rumbo a Quetrequile. Este sitio, fundado en 1896, era un punto nodal de la Línea Sur. Una estrella se dibujaba en los mapas con caminos que, desde allí, seguían en todas direcciones. En 1902, cuenta Elías, Quetrequile tenía más habitantes que Bariloche, una barraca y comercios. Aun así, el trazado del ferrocarril cambió su destino y Huahuel Niyeo (luego, Jacobacci) lo hizo desaparecer. La llegada de las vías también decidió la mudanza de los Chucair que, en 1916, se establecieron en esa punta de rieles.
En 1924, Antonio abrió su propio comercio de ramos generales, un negocio que aún está en pie y es el más viejo de Jacobacci. Tres generaciones lo atendieron y “y tres generaciones de clientes lo mantienen aún en pie. “Antes llevábamos la mercadería en carros, mi padre anduvo 30 años de mercachifle, ahora se transporta en camiones, algunos clientes están en el norte de Chubut, a 200 Km del negocio”, afirma Elías.
Pero volvamos al pasado, cuando aquel comercio estaba hecho con unas chapas y adobe. Don Antonio lo atendía personalmente, excepto cuando salía a vender a los clientes de la campaña. Pegado al negocio, había un corralón para los caballos de los clientes y dos piezas para alojarlos cuando llegaban del campo. Peones de los grandes arreos de ovejas, troperos, viajeros ocasionales y paisanos transitaron por aquella esquina. 
Cuando Antonio partió a “hacer la América” estaba casado con Huarde y tenía una pequeña hija de un año, Labibe. Como tantas historias de inmigrantes, Antonio pensaba hacer un dinero y regresar al Líbano, pero no pudo hacerlo y estuvieron una larga temporada separados. Sus mujeres habían quedado en el Líbano y pasaron 13 años hasta que pudieron volver a reunirse con él en estas tierras indómitas. Cuando volvieron a estar juntos, nació el primer hijo varón del matrimonio. Un pequeño que murió cuando aún no tenía dos años de edad. Su madre, presa del dolor, culpó a una mujer de su muerte, la acusaba de haberle hecho un daño. Huarde había ido a visitar a una familia y una mujer aupó al bebé, horas después el niño murió. Para ella fue un acontecimiento muy traumático. Pero poco después, renació el sentido de su vida. El 25 de mayo de 1926, nació su segundo varón, Elías.

La muerte temprana de su primer hijo, había agigantado los temores de Huarde. Por este motivo, Elías creció bajo la sobreprotección de su madre, quien temía que la desgracia se repitiera en su nuevo hijo. Así, hasta los 3 ó 4 años vistió a Elías con el hábito de San Antonio, modo que encontró para que éste estuviese protegido de las fuerzas del mal, y por iguales motivos se negó a enviarlo a la escuela hasta que tuvo 8 años.

Elías Chucair reconstruye su infancia con asombrosa fidelidad. Recuerda los olores de la cocina de su madre, la comida árabe que las mujeres de la casa preparaban a diario, el pan recién horneado que atraía a todos los paisanos de la región, los frutales que crecían en el patio; describe rincones de aquel comercio que veía crecer, los personajes que visitaban su hogar y que alimentan su rico anecdotario, estampas costumbristas, historias desopilantes de un lugar que nunca lo dejó, aun en los años que vivió lejos de la Línea Sur.
Su casa era una pequeña patria libanesa. Su madre y su hermana, 18 años mayor que él, preservaron al máximo sus costumbres. Comidas, religión y una dosis de gran nostalgia marcaron los primeros años de Elías. En su hogar, la añoranza se olía tanto como la hierbabuena. “Hablaban permanentemente del Líbano, de sus riquezas, de sus cedros milenarios. Mamé la nostalgia de todos ellos. Mi madre murió sin hablar “la castilla”. 
Elías tenía cerca de 12 años cuando su madre murió. La casa de los Chucair quedó una larga temporada en sombras. Elías, en plena adolescencia, sintió que todo ese mundo se desintegraba. Se puso difícil. Su padre, quizá sobrepasado por la situación, decidió enviarlo pupilo al colegio salesiano de Viedma. “Extrañaba todo-cuenta Elías- había sido un chico muy consentido y sufrí horrores. Pero encontré un atajo al dolor. A poco de llegar al internado, escribí mis primeros poemas. El padre Entreaigas nos daba clases de castellano. Recuerdo el día que le acerqué - con algo de pudor- unos tercetos para que él los juzgara. Entreaigas me animó a continuar y me acompañó en aquellos primeros ensayos. Cuando años después publiqué mi primer libro, se lo envié con mucho afecto”.
Después de cuatro inviernos lejos de casa, Elías decidió dejar el internado. “Volver a Jacobacci con la noticia no fue fácil. Cuando dejé de estudiar, mi viejo se agarró una bronca bárbara. Él quería que fuese ‘tenedor de libros’. Y en mí crecía un bohemio. Mi papá era analfabeto y soñaba con que su hijo estudiase, pero yo había tomado mi decisión. Obviamente tuve mi castigo. Atendería el comercio con mi padre. Poco después me fui a Bariloche a hacer el servicio militar. Durante aquella temporada fuera de casa le tomé gusto al arte. Recitaba y hacía teatro. Pero tuve que aceptar mis circunstancias. Era el único hijo varón y, poco a poco, me fui haciendo cargo del legado de mi padre”.
Sin embargo, Elías se las arregló para que en él conviviesen obligaciones familiares y su “bohemia”. Y, entre ambas, hizo otros senderos. “Me incorporé a la política con amigos de entonces. Arrancamos juntos con Pablo (Verani). Fui intendente de mi pueblo. Esto ocurrió durante la gestión de Requeijo. No me gustaban los militares, pero en ese momento había enfrentamientos entre vecinos. Yo estaba con la línea de Frondizi, hablé con allegados y me ablandaron para que aceptara. Lo hice con algunas condiciones: quería hacer obra pública. Logré fondos para levantar el colegio secundario, la escuela Nº 134, escuelas en algunos parajes cercanos, una guardería, un barrio de viviendas. Tres años más tarde, renuncié. Tenía futuro político. Pero para mí esto era un dilema. Como único hijo varón tenía que decidir seguir el negocio familiar o bajar las persianas. Si me dedicaba a la política tenía que cerrar y no pude hacerlo”. Chucair volvió una vez más a tener un cargo, fue legislador provincial, pero ésta fue su última incursión en política y, cuando terminó el período, renunció a tener una jubilación por ese cargo.
“En tanto, seguí con el artista a cuestas, hice teatro y escribí desde mi juventud, nunca dejé de hacerlo. Es extraño, pero pese a todo lo que he hecho, ahora creo que me hubiese gustado ser periodista. En realidad me asomé a este oficio cuando en 1950 don Luis Feldman Josín, director del diario ‘Esquel’ me invitó a ser su corresponsal. Lo hice durante 10 años duros, porque no era fácil criticar al peronismo, aun así la actividad me fascinaba”. Poco tiempo después Chucair se abocó a escribir la historia de su localidad. “Me encantó hacer los 32 fascículos de la ‘Historia de Jacobacci’. Y si la vida me acompaña ( en mi familia todos han superado los 100 años) podré escribir una obra más definitiva. Hay una parte de la historia que hay que reconstruir, hubo un intendente que quemó todo lo referido a Huahuel Niyeu, era la historia original del pueblo. Una pérdida lamentable, pero busqué datos en los archivos de “La Nueva Era” de Viedma, en Boletines Oficiales y archivos municipales, espero ahora poder cumplir este sueño”.
A su antiguo comercio, Elías Chucair adosó un corralón y desde hace 15 años tiene dos explotaciones ganaderas. “Además -agrega- compramos lana, tenemos barraca de acopio de lana, cueros, pelo..., la verdad es que trabajamos muchísimo. Sólo me reservo los domingos para mí. Trabajo desde las 5 de la mañana en mi oficio de escritor”. Allí, en su biblioteca impecable, junto a sus libros, vive a pleno su vocación. Abre la puerta de unos de sus armarios y muestra la colección completa del rotograbado de “La Prensa” de la década del ’40. Cuenta que aquel periódico que llegaba una vez por semana en el tren fue parte de su formación. “Soy un lector voraz y estos diarios y mis libros fueron mi alimento espiritual”. 
Hace poco tiempo, Elías conoció la tierra de sus padres. Viajó al Líbano y para él “fue como cerrar un círculo. Ahora estoy en paz con la vida -concluye-. Cumplí el sueño de mis padres y me fue muy bien. Me casé con Elsa y tuve 4 hijos. Un hijo y una hija me ayudan aquí con el comercio, otra es docente en Viedma y la última es bailarina. Tenemos nietos que nos alegran la vida y escribí varios libros con enorme placer. De modo que puedo sentirme afortunado. La vida me ha dado mucho más de lo que esperaba que me diese”. 

Susana Yappert



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