Remitente Patagonia ha publicado en una interesante entrevista a Don Elías por Julia Chaktoura (poeta, escritora, crítica y editora) que aquí comparto:
Elías
Chucair es un narrador costumbrista, un relator minucioso de las
historias de vida que han transcurrido en la Patagonia. A veces seres
anónimos, otras veces personajes destacados, son los protagonistas
de su obra —que ya supera los treinta títulos, algunos con varias
reediciones— y su predisposición sigue intacta y su oído atento
para los requerimientos de la gente que siempre tiene algo
interesante para contar.
Sus
lectores están siempre deseosos de encontrarse con un nuevo libro,
de conocerlo personalmente y de sorprenderse con los relatos y
anécdotas que brotan de su prodigiosa memoria para disfrute de
quienes nos acercamos a escucharlo.
Aprovechando
uno de los esporádicos encuentros que tengo, como editora de su obra
desde hace más de veinte años, en oportunidad de su visita al
Chubut, ya que sus múltiples actividades lo llevan a viajar
constantemente, lo abordé con preguntas y el deseo de darlo a
conocer desde un lugar distinto del narrador. Y este es el resultado.
-
Elías, dedicaste tu vida a trabajar por la cultura, incluso cuando
tuviste cargos públicos como intendente, legislador y director del
Museo Gerhold durante muchos años. También como escritor,
corresponsal de diversas publicaciones, historiador, más de cuarenta
años haciendo teatro vocacional con gran éxito, incursionaste en el
folclore y el tango, sos recitador de lunfardo y de poemas
criollos... entre tantas otras cosas. ¿Te quedó algo en el tintero
que te hubiera gustado hacer?
-
Sí. Periodismo. En realidad soy un periodista frustrado, porque si
bien fui corresponsal de varios medios gráficos, me hubiera gustado
ser un profesional en la materia. Haber podido estudiar para serlo.
Así y todo, un día de noviembre de 1950 recibí una carta del
director del diario Esquel,
don Luis Feldman Josín, ofreciéndome la corresponsalía en
Ingeniero Jacobacci y zona de influencia. Acepté de inmediato la
propuesta, haciéndole notar que no tenía experiencia como
periodista. Sin embargo, con sus sugerencias e indicaciones que me
hacía llegar cada tanto, le fui tomando la mano y le enviaba
regularmente noticias y notas de interés. Para mí fue una gran
experiencia que duró ocho años, ya que al resultar electo
legislador provincial en 1958, no pude continuar con la
corresponsalía del Esquel,
lo que lamenté mucho porque me sentía muy identificado con el
periodismo y con el director del diario, que era un periodista de
raza.
-
Bien dicen que la realidad supera a la ficción. Entre las miles de
historias que conocés, habrá sucesos graciosos y otros
conmocionantes por su crudeza. ¿Cuáles fueron los que más te
impactaron?
-
Indudablemente, el caso que más me impactó fue el de los crímenes
cometidos en perjuicio de más de cien personas, como lo relato en el
libro Partidas
sin regreso de árabes en la Patagonia. Esa
noticia me metió directamente en el tema y me impulsó a investigar.
Sobre todo porque no se había escrito casi nada sobre eso. Solamente
un artículo en la revista Caras
y Caretas que
salió publicado en febrero de 1910 y en algunos diarios de la época
que denunciaban casos de canibalismo. Cuentan que el telégrafo no
paraba de mandar información a Buenos Aires, y los diarios de Bahía
Blanca fueron los que dieron las primeras noticias. Porque la
información se escondía... hubo intereses para que no se supiera
nada, porque en ese momento Argentina preparaba los festejos del
Centenario y quería mostrar al mundo su nivel cultural, intelectual
que había alcanzado, la seguridad que ofrecía al inmigrante,
especialmente al europeo. Y ese hecho, precisamente, era la negación
de todo eso. Estuvo invitada hasta la reina Isabel, embajadores
europeos, presidentes... fue una fiesta a todo lujo y no podía
permitirse que trascendiera semejante noticia, por eso la taparon
todo lo que pudieron. Incluso tergiversaron la información y hasta
fue preso el comisario que detuvo a los asesinos. Todos los
documentos y la relatoría de los hechos los encontré en los legajos
de la Justicia de Río Negro.
Como
contrapartida, tengo recogidas muchas anécdotas simpáticas, en
especial las que ocurrían con los inmigrantes que no dominaban el
castellano y que producían situaciones por demás graciosas. ¡Son
tantas! Por ejemplo, hay varias que hablan de la rapidez de los
árabes con el comercio. Una vez le conté una a Landrisina, para que
la use en su repertorio, de un árabe que se llamaba Elías y le
decían Elías el Gaucho, en realidad era muy bueno, muy gaucho y la
gente lo apreciaba mucho. Yo lo llegué a conocer, era de Maquinchao.
Y hay una anécdota muy linda... de una vez que le quería vender una
camiseta a un hombre de campo y le decía: “¡Combralá, combralá,
con esa camiseta no brecisa tricota, no brecisa camisa, no brecisa
nada, bura lana!” Y el paisano desconfiaba, porque la veía muy
gruesa, rústica, era marca La Fueguina, entonces se acerca a la
puerta buscando la luz para mirar la etiqueta, y ve el sello “Algodón
100%”. Y le dice: “¿Pero, Don Elías, me quiere meter el perro,
mire lo que dice acá?” Y rápido, el árabe le contesta: “¡Bero
usté no la entiende, la fábrica la bone esa etiqueta bara engañar
a la bolilla”!
-
Cuando conversás con alguna persona y dice algo que “huele” a
historia interesante. ¿Cómo hacés para que el otro te cuente
incluso aquello que pertenece a su intimidad?
-
En general hay una predisposición natural en la gente para contar.
Casi todos están deseando que alguien los escuche porque hay algo
que les sucedió y quieren que todos se enteren. Casi diría que a un
90% de las personas les gusta contar su pasado, sus vivencias, lo que
vieron... Suelo llevarme sorpresas con gente que, aparentemente, no
tiene nada para decir y sin embargo tiene un montón de vivencias
recogidas, que se las escuchó a los mayores, a sus padres, que les
escucharon relatar algo del pasado y he logrado mucha información
interesante de ese modo... Porque muchas historias son anteriores a
mí... por ejemplo la de la Inglesa Bandolera... que mi padre la
conoció; ella pasaba todas las semanas por el boliche de mi padre en
un paraje que se llamaba Casa de Piedra, y la Inglesa vivía a unos
15 kilómetros, en Montoniló. Ella iba a comprar víveres y otras
cosas y todas las veces que iba hacía demostraciones de puntería.
Mi padre siempre contaba que era una tiradora extraordinaria y le
gustaba mostrarse. Esa es una buena historia que me contaron quienes
la conocieron personalmente.
-
Hace pocos años hiciste un viaje a la tierra de tus mayores. Con eso
cumpliste un gran sueño de tu vida. A tu regreso escribiste un libro
maravilloso que se llama: Hacia
mis raíces... El Líbano. ¿Qué
fue lo que más te emocionó de esa experiencia?
-
Fue la suma de muchas emociones. Cada etapa del viaje era una
sorpresa y una emoción. El encuentro con los familiares, el
recibimiento que me dieron. Y hubo varios hechos inesperados. Recordé
estando allá que un ingeniero forestal de Jacobacci me había
encargado semillas de cedro, porque quería repetir una experiencia
que habían hecho en El Maitén y que se había dado perfectamente.
Mientras regresaba de una fiesta grande a la que me habían invitado,
vi un vivero y me acordé; entonces me dice mi sobrino: “Hay un
convento aquí cerca, que tiene unos cedros mucho más viejos que
acá; vamos a pasar.” Y llegamos y había dos sacerdotes maronitas
bastante ancianos, a la sombra de un enorme cedro del que colgaban
grandes piñas, sentados en un banco, y como vieron que me costaba
armar la frase en árabe para preguntarles, uno de ellos me dice:
“Hábleme en español, que yo comprendo.” Entonces me presento y
él se sorprende y me dice: ¡Ah, pero usted es el autor del libro
“Partidas sin regreso”!. Yo estoy trabajando con ese libro,
porque estoy escribiendo la historia de inmigrantes árabes en la
Patagonia.” Este sacerdote vive en verano en el Líbano y después
viene en el verano a la Argentina. ¡Qué extraordinario, viajar
15.000 kilómetros y cruzarme así con alguien que conocía mi libro!
Otro
hecho muy emotivo en ese viaje fue el 9 de julio, que lo festejamos
arriba del ómnibus que nos llevaba de tour; cantamos el himno
nacional, tangos, folclore, recitamos y resulta que llegamos de noche
a la residencia donde parábamos, que la manejaba un grupo de monjas,
y nos encontramos con la sorpresa del patio lleno de gallardetes, la
bandera argentina, habían hecho una torta con los colores celeste y
blanco... fue un homenaje. Y como yo era el más lenguaraz del grupo,
tuve que decir unas palabras, porque fue muy tocante... eso fue un
sentimiento muy especial de lo que es extrañar la patria cuando uno
está lejos de la tierra natal.
-
Tenés un espíritu inquieto. Seguramente este viaje es sólo un
recreo en tu quehacer creativo. ¿Cuáles son tus planes literarios
próximos?
-
Tengo varios trabajos entre manos. De poesía debo tener unos cuatro
o cinco trabajos para publicar. Los vengo postergando porque me
parece que hay otras cosas más importantes primero. Por ejemplo,
tengo casi listo un libro con cuentos largos y otro sobre los
cantautores populares de la Patagonia, de los cuales ya tengo unos
diez recopilados y varios otros que estoy esperando que me envíen su
material para incluirlos. También quiero publicar un libro de cartas
que he recibido, de mucha gente que ha hecho cosas importantes para
el país y que los he tenido como amigos. Algunos ya no están entre
nosotros pero su palabra está en esas cartas. Espero poder hacerles
este homenaje. Lo merecen.
Elías
Chucair, nacido en Ingeniero Jacobacci, provincia de Río Negro, es
un escritor de vasta trayectoria que ha recreado la historia viva del
habitante patagónico en veintitrés libros publicados y
algunos con varias reediciones. Desde hace más de cuatro décadas
interpreta el sentir popular y lo refleja en su narrativa y su poesía
con un estilo claro y preciso.
El
autor es un observador agudo de la realidad y un investigador
infatigable que bucea en el pasado para arrebatarle aquellas
anécdotas que merecen ser rescatadas del olvido.
Sus
propias vivencias, las de sus antepasados y vecinos son el material
primario de su creación literaria.
Su
veta de historiador lo incentiva a internarse en los nutridos
archivos de la justicia para sacar a la luz, con la mayor fidelidad,
los sorprendentes personajes de sus relatos, de los cuales da
testimonio en esta obra.
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